De tu nombre, Andalucía
De tu nombre, Andalucía
Alberto Pérez de Vargas
Leí una vez que referirse a Séneca, Trajano, Adriano, Averroes o Maimónides, citándolos como andaluces, era poco menos que una estupidez. Fue en un artículo de periódico y el autor, un político de los de la transición que salió de ella con mejoras, nunca antes y mucho menos después me resultó simpático. Nada decía de lo que le había inducido a la consideración en esos términos de la ocurrencia y ello hizo que no pudiera valorar, si es que los había, sus argumentos. El político en cuestión, articulista eventual, no era y sigue sin ser nadie en mis pensares, pero su inexplicada afirmación había, ciertamente, merecido una valoración por mi parte, pues de no ser así habría pasado desapercibida sin provocar ninguna ilación en el intelecto o en la razón. A todos hay que agradecer –pensé- que formen parte de la fauna observable en derredor porque, incluso tratándose de elementos tenidos por detestables, pueden producir efectos positivos.
Digo yo si no es que hay a quien se le antoja que esto de ser andaluz no es más que consecuencia de una división territorial situada en el tiempo, que nos ha adjudicado a los que lo somos un destino de nacimiento o adopción a partir de un determinado instante, que nos identifica como tales. Me imagino que, de ser así, se tendrá de lo mismo y por lo mismo a cualquier otro adjetivo relativo a una demarcación, pero no es la actitud que lo causa la señal que aviva mi atención sino la mención a lo andaluz por la que en ésta o en otra circunstancia me siento aludido concretamente. Me es grato, íntimo y entrañable que me llamen andaluz y cuando lo veo escrito o lo escucho, siento que se trata de una palabra que tiene que ver conmigo. Ello supone, por tratarse del mismo valor, que sienta respeto y cariño por todo el que hace con lo suyo lo que yo hago con lo mío, pues me parece un indicador fiable de sentimientos de buena hondura que acercan a lo propio sin desmerecer lo ajeno. Eso hizo Dante cuando, en medio del más completo dominio del latín como lengua culta, escribió la Divina Comedia en toscano porque ésta era la suya.
Una vieja amiga me recordó en una ocasión que estando trabajando en el sur de Marruecos pudo comprobar lo que esa Andalucía que a nuestro mencionado político le parecía temporalmente limitada, significaba para un musulmán culto o para un adolescente en puertas de acceder a la Universidad. Andalucía, su “al Andalus”, es aquella tierra idealizada en el que reencontrar la grandeza del Islam, el “al Andalus” donde Averroes y Maimónides, probablemente los filósofos más influyentes en el pensamiento de este lado del mundo, fueron posibles. En estos días de barbarie y destrucción, volvía a mencionarse ese horizonte idílico de “al Andalus” desde las colinas quemadas y sangrientas de Afganistán, más allá de la cuna de los Omeya, mientras en las pantallas de televisión de todo el mundo se leía el nombre árabe de Algeciras.
Andalucía, este territorio que podría haberse llamado de otro modo, sería un poco más grande, mucho más grande o un poco más pequeña, pero ello no cambiaría lo sustancial. Desde la “salada claridad” del litoral gaditano y desde el verdor que llega por “Los Alcornocales” dejando a los pinsapos continuar sus tertulias de silencios, siento que en los vientos de mi tierra próxima aletea una historia diferenciada que hace de España algo más que una parte de Europa y le imprime una impresionante singularidad. Como lo hace su descubrimiento y la incorporación de un Nuevo Mundo en el que también Andalucía desempeña un papel de primerísima importancia. Andalucía es en mí una continua inmensidad de acentos, colores y olores, de montañas nevadas y desiertos secos, que me envuelven y me definen, me identifican allá donde esté. Ya fuera así antes del “ius latii” con el que Vespasiano reconociera el derecho de este suelo a formar parte del Imperio o después de que Tariq pusiera el pie en mi bahía o de que el emigrante Abderramán desembarcara en Almuñecar o antes de que Columela viajara a Siria vestido de tribuno o de cuando Hércules vino al Jardín de las Hespérides a poner los montes en su sitio. Podría ser que este suelo y bajo este cielo, lo de aquí no se llamara todavía Andalucía o estuviera a punto de llamarse o podría ser que no importara para nada el nombre si es que en verdad es la “España más España” que era como la llamaba Blas Infante. Nada más lejos, en todo caso, de lo que pudiera ser un pequeño universo limitado por el espacio o por el tiempo.
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Comentarios
1
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De: Anónimo |
Fecha: 2003-10-16 22:05 |
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¡Ah, Vandalucia!
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2
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De: Anónimo |
Fecha: 2005-04-13 12:06 |
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vaya mierda
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3
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De: Anónimo |
Fecha: 2007-07-04 17:40 |
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y este hombre es matemático?, si parece un loro con ese sermón literario/histórico que ha escrito.
con gente como este hombre no sabemos ya diferenciar entre el docto y simples parlanchines
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9
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De: Samuel D. Darden |
Fecha: 2019-05-31 04:22 |
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Adoro este blog, maravilloso contenido y voy a marcar este sitio web para futuras actualizaciones. candy crush soda saga
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